lunes, 23 de noviembre de 2015

Hacer los deberes.

             Ante este título, es posible que se nos venga a la memoria aquellos años de estudios de nuestra juventud en la que no había materia, sobre la cual siempre teníamos que cumplir con algunas actividades complementarias, las cuales para algunos eran un verdadero “martirio” Entre estas actividades, existían las llamadas “culturales” Entre ellas estaban: pintura, declamación y música. Debo reconocer que cuando tenía que declamar (eso no era lo mío), nos hacían estudiar una poesía del texto “Las mil y una mejores poesía de la lengua castellana” y teníamos que declamarla. Mis actitudes para el Arte dramático, no era mi gran disposición. Pero debido a que ya en aquellos tiempos  estaba iniciando mis estudios de Piano en el Conservatorio, lo sustituía tocando el acordeón, el cual siempre lo llevaba, pensando en que podría convalidar dicha actividad.
                  En aquellos tiempos me sorprendió enormemente una chica realmente preciosa que por cierto no recuerdo su nombre puesto que a estas clases acudíamos juntos alumnos de todos los cursos. Esta chica tenía un verdadero problema con las notas musicales la cual le hacía imposible solfear. En cambio, cuál fue mi sorpresa al comunicarle a la profesora que sabía silbar perfectamente. La sorpresa para mí y más aún para la profesora fue cuando empezó a silbar el Concierto para violín de Mendelssonh, el cual lo realizó por completo. Tanto ella con su buen estilo de silbar, como yo con el acordeón, “salvamos la situación” Debido a que yo era unos años mayor que aquella chica, lógicamente salí antes de la Escuela, trasladándome a Sevilla, donde continué mis estudios. ¡Quizás haga más de 40 años! Sí, es posible. He de decir que era una chica muy bonita y encantadora, y que ambos nos hicimos muy buenos amigos, debido a nuestra gran pasión por la música. A pesar de tantos años no se me olvida la cara de asombro de nuestra profesora, Madame Mª Louise. Una vez terminado los estudios en aquel Centro, jamás supe de ella; creo seguirá igual de bonita como entonces. Hoy no sé por dónde “andará”; ¡quiera Dios, que esté donde esté, sea tremendamente feliz con su música, aunque sea silbando! Sólo decirle, que si por casualidad lee este pequeño artículo, desearía hacerle ver que siempre la recordaré con todo el afecto que durante aquellos años nos profesamos, tanto por su forma de silbar, como por su gran amor a la música. A pesar del tiempo qué hace que no se ella, jamás la olvidaré, quizás sea por el tipo de música que me enseñó, sin necesidad de saber solfear.
             Debo reconocer que no era mi intención hacer mención a esta anécdota, vivida hace ya muchísimos años, pero debido a que últimamente narré un artículo el cual se denominada “Mirar hacia atrás”, mi intención era que jamás deberíamos borrar esos recuerdos vividos que permanecen almacenados en nuestra mente, puesto que si quisiéramos desprendernos de ellos, tendríamos  que anular aquellos que jamás desearíamos que no se borraran de nuestra memoria.
             Tanto las opiniones, ideas, sentimientos, recuerdos y actitudes que tenemos, de nosotros mismos y por supuesto la valoración que podamos hacer de ellos, siempre serán decisivos ante la actuación de nuestro comportamiento a lo largo de nuestra vida por mucho tiempo que pase. De esta manera, la realización de nuestra forma de ser, no solo depende de la capacidad de cada uno de nosotros, sino que cada persona tiene su evaluación propia a través de los recuerdos vividos y de la información recibida acerca de la efectividad de sus propias actuaciones.

 
Meditación: No son los deberes los que quitan al ser humano su independencia, sino sus propios recuerdos.
 

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