martes, 15 de abril de 2014

Mejor algo más de prudencia.

           La prudencia, es el valor de saber cuándo hacer y decir las cosas para que salgan bien. Sí, es cierto que ocasiones callamos por interés. Es la consecuencia de conseguir algo y sabemos que si decimos lo que pensamos, así tal cual lo pensamos, perderemos más de lo que ganamos callando. En esos casos, no es el miedo quien nos aconseja callar, sino la perspectiva de ganar algo mejor si esperamos un tiempo.
           La prudencia es tan discreta que pasa inadvertida ente nuestros ojos. Por eso nos admiramos de las personas que normalmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de que jamás suelen equivocarse; sacan adelante y casi siempre con éxito todo lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles; percibimos en ellos una natural comprensión hacia todas las personas y jamás ofenden o pierden la compostura. Realmente así es la prudencia, decidida, activa, emprendedora y comprensiva. ¿Deberíamos prescindir de la prudencia? ¡Creo que no! Sería justo que aportáramos a nuestra vida una buena dosis de prudencia para potenciar nuestra personalidad. 
             Siempre pienso que estos momentos en que vivimos, no estaría mal que dediquemos tiempo a la reflexión y a la cordura, aprendiendo al mismo tiempo algunas observaciones propias de nuestros grandes pensadores. En verdad, esta no es otra cosa que la sabiduría aplicada a nuestra cotidiana forma de vivir.
            Si nos ponemos a pensar definimos a la prudencia, como no pasarnos de los límites establecidos. Pero: ¿cómo debe ser esta actitud? Actuar siempre en virtud a las realidades externas. Conocer bien estas circunstancias, juzgar a las personas, tiempo, lugar, puesto que las circunstancias concretas no suelen repetirse.
             Debemos aprender a verlas a la luz de los primeros principios intelectuales y morales. De esta forma no solo ejercitamos la virtud de la prudencia sino también de otras virtudes. El dominio que la prudencia tiene sobre el acto, nos lleva la realización de conocer la verdad.
             El prudente no se las da de serlo, no milita como prudente de oficio, simplemente lo es y sus actos hablan de su cordura y sabiduría. Distinguir lo que de verdad es bueno y deseable de lo que conviene evitar, por más que se nos presente como placentero y atractivo es crucial para evitar incontables problemas.
             Es recomendable que jamás perdamos el tiempo con personas “imposibles” o retorcidas en sus pensamientos e intenciones, puesto que solo nos creará problemas por todas partes.
             El buen ejercicio de la prudencia requiere una buena formación de este hábito práctico. Si la prudencia debe ajustarse a la verdad, lo principal es nuestra paz interior, es decir, no sólo se debe mirar nuestra verdad, sino ajustarnos a la verdad de nuestro prójimo. Séneca razonaba acerca de esta virtud lo siguiente: “El que es prudente es moderado y el que es moderado es constante; el que es constante vive sin tristeza; el que vive sin tristeza es feliz” Por tanto el prudente e feliz.
 
Meditación: La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume y el respeto la conserva.

 

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