miércoles, 11 de julio de 2012

El dolor.

           ¿Soportamos fácilmente el dolor o más bien nos irrita tener que aguantarlo? ¿Nos cambia el humor cuando estamos enfermos? A todos nos duele algo, por lo menos de vez en cuando. No debe importarnos la respuesta sincera, porque quizás no haya ningún mérito, ni tampoco culpa, en una u otra reacción. Puede que sea algo que dependa de la constitución de la persona o de su herencia genética.
            Digamos que el umbral de lo que se considera insoportable ha ido rebajándose cada vez más. También puede suceder que ahora sabemos que hay remedios eficaces contra el dolor, cosa que antes era más difícil de conseguir. Así pues, si es usted de los que soportan bien el dolor está de enhorabuena, pero presenta una supervivencia del pasado. Si se inclina del lado de los que necesitan tomar analgésicos a cada momento, peor para usted. Por lo menos tiene el consuelo de que pertenece a la raza humana actual, más evolucionada en unos aspectos, pero más vulnerable en otros.
            Entonces, ¿qué debemos hacer, aguantar más el dolor o liberarnos lo más eficazmente posible de esa molestia?  Una vez más, se prueba que las sensaciones se ven condicionadas por la edad. Por lo general, con los años aumenta la capacidad para soportar el dolor. Las personas bastante mayores ven elevar el umbral de casi todos los estímulos, sean placenteros o penosos. Por eso son más golosos, pero también más sufridos. Si está usted entrado en años, compárese con su juventud.
            El ser humano es un extraño animal que siente ya dolor cuando anticipa el dolor futuro o esperado. Al niño le duele el pinchazo de la inyección, antes de ejecutar la acción. De modo más general, no importa tanto el dolor como la preocupación.
            El mapa del dolor es sumamente impreciso. No es una sensación única. En contra de lo que se ha repetido desde los griegos, la ausencia del dolor no es exactamente el placer. Equivale más bien a una sensación neutra, de bienestar o tranquilidad, pero también de poca vida.
            A veces el repertorio de coplas populares nos suministra abundantes ilustraciones de cómo enamorarse es sufrir, dolerse, penar, llorar, suspirar, lamentar, etc.
Para la imaginería popular el corazón es al tiempo la víscera del amor y del dolor. El símbolo popular del amor es un par de corazones atravesados por una flecha, es decir, unidos por el dolor. Sólo un enamorado puede entonar esta bellísima canción.
            “Es tan grande mi dolor y tan hondas mis fatigas, que no lloro por la calle porque la gente no diga”
            La pregunta no puede ser más íntima: ¿Algún amor le ha hecho a usted llorar amargamente? Si es así, entonces es que se trataba de un gran amor. Ocurre algunas veces a algunos seres privilegiados.

Meditación: El verdadero dolor es el que se sufre sin testigo.

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